Mariano Valle Quintero

MÍA

Te adoro ¡Oh alma mía! Como a nadie te adoro.
Me embriaga tu hermosura, me consume tu amor,
y en el dulce tormento de mis sueños te imploro
los más ardientes besos de tu labios en flor.

Tú eres mi estrella pura.  ¡Oh flor, Oh nube, Oh rosa!
Mía en mi propia vida, te siento palpitar,
y bajo el dulce efluvio de tus ojos de diosa
mi alma se estremece vibrando como el mar.

Mejor no digas nada.  Mírame largamente,
tu mano entre mi manos desesperadamente,
muy juntas nuestras vidas, temblando de pasión.

Y mientras río trémulo con miedo de perderte,
Te dirá que eres mía ¡Oh mía, hasta la muerte!
Con todos sus latidos, mi ardiente corazón!



SALOMÉ

“Joakanán, Joakanán, Joakanán” le decía  Salomé,
encendida en los ardores del deseo,
fulgurante sus pupilas demoníacas y temblando todo
el cuerpo de alabastro.

“Joakanán, profeta pálido;
en tus ojos hay hechizo indefinible
que conmueve mis entrañas
y  las llena de divinas languideces inefables.

¡Oh cuán bellos son tus ojos!  ¡Oh cuán tiernos!
Son azules cual la mar de Galilea,
cual los cielos…..

Aún resuena en mis oídos la candencia de tu voz,
de tu voz mucho más dulce que el arrullo de la tórtola
o el susurro de la brisa en las palmeras,
de tu voz tan refrescante cual las aguas del Jordán.

Joakanán.  ¡Oh, Joakanán!
Qué me has hecho con tus ojos ,
  pues yo siento emociones  ardorosas,
ansias vivas que me matan,
fiebre ardiente, inexplicable?
Yo te busco, yo te amo;
mi alma es tuya, Joakanán…..
Toma el cuerpo de tu esclava, hazme tuya,
pues tengo hambre de tus besos y tu boca….

Mira a la hija del Tetrarca,
la princesa que te ofrenda
las fragantes opulencias de su cuerpo,
y mendiga tus caricias……

Al decir así rasgaba la delgada leve túnica
en que envuelta se encontraba,
y su cuerpo blanco mármol parecía
en la sombras del obscuro calabozo,
“Hazme tuya!” le decía
con voz dulce tiritante de pasíon,
y temblaban los rubíes de sus senos,
y sus brazos suplicantes se extendían,
y sus ojos despedían fulgurantes resplandores de ternura,
y su boca humedecida murmuraba:
“Hazme tuya!”…..
“Hazme tuya!”…..
“Hazme tuya!”…..
“Nuestro beso será el canto epitalámico”
La rizada cabellera suavemente
  por los hombros le caía
perfumadas con exóticas fragancias del Oriente…
Era bella.. Era bella cual la Venus infernal…

El profeta silencioso, la miraba indiferente,
mas de pronto su voz fría
y cortante cual acero,
rasgó el seno del silencio:
“Sal de aquí, mujer maldita:
sal enviada lujuriosa del demonio;
sal serpiente tentadora y despreciable!”

En su rostro soberano santa cólera bullía
y con gesto de desprecio la miraba….
Humillada y ruborosa la princesa recogío su blanco velo,
Y al cubrir las esculturas de su cuerpo
espantosas amenazas murmuraba:

“Tú, desprecias mis caricias?   Tú, el esclavo?
No conoces que soy la favorita de la corte?..
¡Oh! Yo hare que mis eunucos te desuellen!...
¡Teme, teme mi venganza!”
Y vencida y humillada retiróse del obscuro calabozo.

El Palacio del Tetrarca se encendía en bacanal escandalosa.
En las copas cinceladas de los regios cortesanos
burbujeaba la divina sangre roja de las uvas…
Y a la música divina de las cítaras danzaba Salomé.
A través de sutil velo que cubría su belleza
se miraban las soberbias redondeces de su cuerpo juvenil.
Era lúbrica su danza….
Ora láguida, ora histérica,
en espasmos voluptosos sucumbía.
Agilmente se movían sus caderas blancas,
blancas simulando ondulencias de serpiente.
Y su cuerpo se mecía
cual los juncos sacudidos por la brisa…

Cayó el velo…..
Las triunfantes desnudeces deslumbraban a la corte….
Con los brazos extendidos,
abrasaba en ansias vivas parecía que rogaba.

Fulguraban raramente su pupilas demoníacas.
y las puntas sonrosadas de los senos le temblaban,
y la boca suspiraba humedecida….
Mas callóse la vibrante melodía de las cítaras.
Recogío la blanca gasa,
envolviendo la escultura de su cuerpo.

Sudorosa se detuvo.
Delirantes ovaciones saludaron a la hermosa.
El Tetrarca entusiasmado:
“¡ Pide, pide lo que quieras!  le decía,
pues juro por los dioses que aunque fuera
la mitad de mis estados te daría!”

Fué a su madre Salomé:  Qué le pido?
La cabeza del Bautista”, contestóle con perfidia.
Tornó luego donde Herodes.
Así le habló : “ Señor, quiero la cabaza del rabino Joakanán”.
“La cabeza del profeta?
Otra cosa , por favor, pide , hija mía”
  “ Señor, quiero la cabaza del profeta”
“Sea pues…..!”

La cabeza ensangrentada le llevaron
y en medio del asombro de los regios cortesanos
la tomó de la bandeja donde se hallaba colocada,
y mirando la pupilas apagadas
en el rapto de dolor puso sus labios
en los yertos y morados del profeta…
“Hazme tuya, hazme tuya” murmuraba;
sonó el beso como un canto epitalámico:
Mientras tanto la cabeza del Bautista enrojecía.