María Teresa Sánchez

María Teresa Sánchez
Poeta, narradora y promotora cultural. Nació en Managua el 15 de octubre de 1918. Autodidacta, fundó en 1940 —a los 22 años— el Círculo de Letras y la Editorial Nuevos Horizontes y, dos años después, la revista del mismo nombre.  
En 1944 la editorial adquirió una imprenta y sus publicaciones —casi todas obras claves de las letras y la historia de Nicaragua— aumentaron. En 1945 obtuvo el Premio Nacional "Rubén Darío" de poesía.
En 1984 su prolífica antología de poesía nicaragüense merece el mismo premio. Al año siguiente, viaja a Venezuela y República Dominicana; luego recorrería todos los países centroamericanos.
Su círculo de letras, hasta entonces, hegemonizaba la vida cultural de Managua editando no sólo libros, revistas (como Pipil y Cuadernos de Literatura Extranjera), sino organizando concursos y conferencias, recitales de poesía y música, como también promoviendo la visita de personalidades literarias como el poeta español León Felipe y el escritor uruguayo Félix Peirayo. En 1957 y 1958 volvió a ganar el premio "Rubén Darío" con sus obras: El hombre feliz y Canto amargo. Murió el 21 de agosto de 1994.

 
INTENTO

En el río que brota sus raudales
pongo mi corazón estremecido.
Pongo en los mares,
y en el acento de las tempestades,
pongo mis latidos.

Pongo la sangre
en las horas violentas del verano
y en noche de luciérnagas henchidas
cuando se siente palpitar la vida,
pongo también mi sangre.

Al alba pongo el ensueño a mis ojos
y forjo cuentos al amor del día,
donde un hombre de bello y dulce rostro
logre curarme la melancolía.

Mas mi esperanza es vana si no pongo
--en tanto el tiempo mi querer depura--
piedad y amor sobre las cosas
y sobre el cáliz muerto de las rosas
un poco de ternura.

Piedad desde el crepúsculo hasta el alba,
amor al cuerpo, ¡y comprensión al alma!




LOS HIJOS DE DIOS NO TIENEN TECHO

Los hijos de Dios no tienen techo,
y hambrientos, deambulan como espectros;
y tienen sed, y no hallan sombra para su sol.
Sobre ellos se ensaña la soberbia
de pequeños, humanos dioses despóticos,
que con sus estrépitos rompen la armonía
del viento.

Sembrad, pues, de trigo los desiertos,
endulzad el agua de los mares;
aplacad la ira de Dios:
aquel que ha construido el mundo,
puede destruirlo.






LA MARCHA

No termina la marcha. Hay que andar
a pasos lentos, a febriles pasos.
Siempre sufrir, vivir, llorar, amar,
para ser evadida de unos brazos.

Andar de aquella aurora a estos ocasos,
sentir sobre la sien el frío nevar;
y ya deshechos los postreros lazos,
las sandalias al viento, andar, andar.

Del principio del día al fin del día,
de la radiante aurora a la noche sombría,
de la húmeda montaña a la ignición solar:

Todo está combinado para seguir la marcha,
el sol de los veranos, del invierno la lluvia,
la música del viento y el rumor del mar






ME IRÉ SIN VERTE

La lluvia, la interminable lluvia
cae lánguidamente.
Me iré sin verte
Y tú marchas en pos de otra aventura
que mi pecho presiente.

Me iré sin verte.
He de hacer mi mortaja de esta lluvia
tejida con los oros de occidente.
Me iré sin verte.
Si tu amor conociera mi amargura,
honda como la muerte.
Me iré sin verte.
Entre la lluvia tenue, entre la bruma,
me iré sin verte.





NUNCA HUBO TIEMPO

Cuando yo iba a nacer
el médico que iba a atender a mi madre llegó tarde
porque el parto se le adelantó y yo nací rápido
para ver este maravilloso mundo.

No hubo tiempo que fueran mis padrinos señalados,
porque a mi futura madrina la operaron de emergencia
y en el alboroto se les olvidó avisar.
Así que el Arzobispo se ofreció para ser mi padrino.

No hubo tiempo de conocer a mi padre,
porque antes de los dos años se murió.

No hubo tiempo para vivir con mi madre
--porque ella se casó--
y mi abuela no aceptó que me fuera con mi madre.

No hubo tiempo que el Niño Dios me trajera mi bicicleta
--porque la doméstica de la casa me la enseñó
donde estaba escondida
y nunca hubo ya para mí Navidad con sorpresa.

No hubo tiempo para que me celebraran mi Primera Comunión
porque yo me adelanté
y la había recibido sola mucho antes.

No hubo tiempo para que estudiara en Managua
--porque cuando fueron a matricularme
ya estaban cerradas las matrículas.
Así terminé en un internado en Granada.

No hubo tiempo para que me celebraran mis quince años,
porque en ese mismo mes yo esperaba mi primer niñito.

No hubo tiempo para asistir al sepelio de mi abuela
porque yo estaba fuera de Nicaragua.

No hubo tiempo para continuar mis labores culturales
--porque me quitaron mi imprenta
por haber escondido a un joven que lo buscaban vivo o muerto.

No hubo tiempo de, tal vez salvarle la vida a mi hijo,
porque el teléfono,
comunicaciones lo tenía desconectado.

No hubo tiempo cuando me enamoré de nuevo,
el hombre de mis sueños ya estaba casado.

Ahora sí hay tiempo para llorar para olvidar,
para mis desengaños